When a woman is tired of Paris she's tired of life

No puedo más, una sola historia más sobre cómo cocinar las tartaletas y me tiro.

Una vez leí en una cojín (la microliteratura amigos es mi nueva forma de intelectualidad) que cuando una mujer se cansa de ir a París es que está aburrida de la vida en general. Qué gran verdad, probablemente no aplicable a las parisinas, pero para las demás, totalmente. El caso es que El Consorte me lanzó un mítico "haz las maletas que nos vamos de fin de semana, no te digo a dónde, simplemente hazlas y vámonos" y yo grité y salí corriendo como una loca. Ahora que viene un tercer miembro de la manada en camino hay que aprovechar las oportunidades de viajar ligero de equipaje, aunque visto el número que monté en el avión de vuelta no creo que la heredera pueda empeorar las cosas

Resulta que entre el calor, las estrecheces, la barriga y las petardas estúpidas de atrás cotorreando las dos horas de vuelo (al menos tres filas del avión nos enteramos de que el abuelo de Sof, abreviatura tartaletera de Sofía, toma viagra con 91 años) me dio un vahído y desaté el pánico no sólo en mi interior sino también entre el equipo de azafatos. Todo un número. Y todavía hay gente que se plantea por qué hay primera clase en los aviones, amigos está claro, para hacer limpieza étnica entre las tartaleteras y los demás. Las tartaleteras son esas amigas de entre 25 y 45 años que viajan solas, desatadas, que en la distancia de sus comentados maridos o novios hacen locuras tales como fotografiar cada segundo con una cámara analógica (puro desenfreno), comprarse trescientas horribles pulseras de la amistad para cada muñeca (si son misales mejor) y hablar (rajar a voz en grito) allí a donde vayan sobre las recetas de sus tartaletas (con hojaldre no por favor, con filo fino), las prácticas del MIR ("yo me considero buena persona no sé por qué tienen que hablar de mi a mis espaldas", te lo diré, porque eres insufrible) y las prácticas desaprobadoras de sus familiares (nos remitimos a la historia del abuelo bonobo). Si te tocan en un avión, estás muerto, te quieres tirar en marcha, como el mono de la foto que me encontré en los alrededores del Louvre.

A ver, ¿esto no tiene una aplicación para inhibir voces humanas chillonas? Seguro que el I-Phone tendría.

Y es que El Consorte me llevó a París, suerte que aún no estoy cansada de la vida, aunque he de decir que de subir fotos a la tienda online de La Condesa sí, madre mia qué paliza me he dado esta tarde. He cambiado fotos, completado descripciones y subido los modelos que faltaban de la colección, como el chaquetón Madrid que llevo en la foto, una delicia para las temperaturas que llegan y las formas redondeadas que alcanzo, parece que tuve un ojo premonitorio al diseñarlo hace meses. 

Vosotros qué, ¿habéis vivido la experiencia tartaleta de cerca?

Abrazos,
La Condesa silenciosa en aviones

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